Tanto he leído estas últimas semanas sobre el peronismo, su longevidad, permanencia y misterio que me resolví volver a la disciplina bloguera con un breve post sobre esta "croce e delizia" de nuestra historia política, antes que referido a Ibn Laden, la noticia planetaria, acerca del cual algo anotaré en "El Parte del Torrero".
La Argentina es un sueño de clase media concebido en Buenos Aires -por entonces un agujero maloliente que permitía ganancia de contrabando a cambio de aceptar sus notorias incomodidades- hacia el siglo XVI. Sería necesaria una labor de rastreo a la vez benedictina y romana para encontrar las raíces de aquel delirio de grandeza que creció a orillas del Río de la Plata, sobre el que se devanó los sesos don Juan Agustín García, que bien lo avistó en su época. Sucedió, it happens, y esto sea todo por ahora respecto de ese momento inaugural. Nuestros indios eran middle class, nuestros conquistadores, salvo algún caso aislado, también. Creían en una grandeza de clase media, sin otra aristocracia que la mercantil. Rosas, el político más extraordinario que hasta ahora haya pisado nuestro suelo, lo advirtió de inmediato, quizás desde el mostrador de comercio adonde lo destinaban sus padres y que abandonó rápidamente. Un autócrata paternalista y honrado, que respetase los diferentes caracteres de la familia y manejase con firmeza hacia adentro y decoro hacia afuera esta ensoñación de estado llano, es lo que propuso como modelo y lo que en la práctica fue -con menos poder en su "lleno de las facultades" que un intendente del segundo cordóa bonaerense hoy.
En 1945, en que nacemos el peronismo y yo mismo, el sueño de clase media, ya presente, como es de rigor, en un capitán Juan Domingo Perón que años atrás se casara con la maestra Potota Tizón (ella tocaba el acordeón y él el piano), iba a tomar otra carnadura.
La Argentina es un sueño de clase media concebido en Buenos Aires -por entonces un agujero maloliente que permitía ganancia de contrabando a cambio de aceptar sus notorias incomodidades- hacia el siglo XVI. Sería necesaria una labor de rastreo a la vez benedictina y romana para encontrar las raíces de aquel delirio de grandeza que creció a orillas del Río de la Plata, sobre el que se devanó los sesos don Juan Agustín García, que bien lo avistó en su época. Sucedió, it happens, y esto sea todo por ahora respecto de ese momento inaugural. Nuestros indios eran middle class, nuestros conquistadores, salvo algún caso aislado, también. Creían en una grandeza de clase media, sin otra aristocracia que la mercantil. Rosas, el político más extraordinario que hasta ahora haya pisado nuestro suelo, lo advirtió de inmediato, quizás desde el mostrador de comercio adonde lo destinaban sus padres y que abandonó rápidamente. Un autócrata paternalista y honrado, que respetase los diferentes caracteres de la familia y manejase con firmeza hacia adentro y decoro hacia afuera esta ensoñación de estado llano, es lo que propuso como modelo y lo que en la práctica fue -con menos poder en su "lleno de las facultades" que un intendente del segundo cordóa bonaerense hoy.
En 1945, en que nacemos el peronismo y yo mismo, el sueño de clase media, ya presente, como es de rigor, en un capitán Juan Domingo Perón que años atrás se casara con la maestra Potota Tizón (ella tocaba el acordeón y él el piano), iba a tomar otra carnadura.