lunes, 11 de julio de 2016

AUTOGOBIERNO, EMANCIPACIÓN, INDEPENDENCIA



 
Lo que trato de distinguir y separar son tres conceptos que muchas veces aparecen mezclados, o hasta considerados sinónimos, a saber: autogobierno o gobierno propio, en primer lugar; en segundo lugar, independencia y, en tercer lugar, emancipación.  Estas confusiones tienen asidero en la circunstancia que los argentinos celebramos, con igual pompa, el 25 de mayo de 1810 y el 9 de julio de 1816, esto es, el primer gobierno patrio, por un lado, y por otro la declaración de independencia “del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli” –con el agregado posterior, sugerido por el diputado Medrano en la sesión secreta del Congreso del 19 de julio, “y de toda otra dominación extranjera”-por parte de las “Provincias Unidas de Sudamérica”.  La cuestión se complica aún más si agregamos la declaración de independencia de 1815 formulada en el Congreso de Oriente, ocurrido en el Arroyo de la China, Concepción del Uruguay (también en Paysandú), en junio de 1815, por los representantes de la Banda Oriental, Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe y Córdoba, bajo la inspiración del Protector de los Pueblos Libres, don José Gervasio de Artigas, de la que no ha quedado acta alguna, con lo que llegaríamos a dos declaraciones de independencia. En fin, tenemos también la idea de “emancipación”, que tiene su formulación más ilustre en Bartolomé Mitre: “Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina, “Historia de San Martín y de la Emancipación Sudamericana”. ¿Son equivalentes estas tres  expresiones: “gobierno propio”; “independencia”, “emancipación”?

El darnos un gobierno propio, esto es, elegir por los propios gobernados la autoridad que reemplazaría a la del virrey, rompiendo la lógica de los antecedentes, que exigían la designación por la metrópoli, pero ante una situación excepcional, que producía la caducidad de ese mandato, la vacancia de los órganos de la metrópoli y la consiguiente reasunción por parte de los “pueblos”, esto es, de la “parte sana del vecindario”, con casa poblada y obligado al tributo y a la defensa, de cada una de las ciudades –la fundación española en América había tenido como núcleo político institucional las ciudades y sus cabildos- del básico derecho político de tener un gobierno, no conlleva la independencia política. No se había conformado una nueva unidad política soberana que reemplazase a la anterior, sino que dentro de aquella unidad política originaria se había establecido, por la situación extraordinaria, en nombre la suprema lex de la salus publica, según la mente romana, un nuevo gobierno en forma desligada de la metrópoli vacante, disuelta la Junta Central de Sevilla de la que emanaba el nombramiento de Cisneros. Desde luego que paso por alto circunstancias y peripecias, como que este movimiento del año X, entre nosotros, fue producto de una alcaldada porteña, que tuvo por sede un cabildo abierto reunido en congreso general  que ya tenía un antecedente en el Cabildo abierto del 14 de agosto de 1806 y la Junta de Vecinos convocada por el Cabildo el 10 de febrero de 1807, donde se depuso a un virrey, Sobremonte, del mando militar y político, algo sin precedentes hasta ese momento en la América española. Paso por alto también que esta porteñada contenía elementos predisponentes a la concentración y homogeneización del poder político sobre el territorio virreinal en Buenos Aires, lo que daría lugar a asimetrías con el interior, de base estructural, que todavía no hemos logrado satisfactoriamente resolver. Paso por alto si el solemne juramento prestado de rodillas sobre los Evangelios de los miembros de la Primera o Segunda Junta (como se quiera) cada uno, a partir de Saavedra, colocando la mano sobre el hombro del otro, “de conservar íntegramente esta parte de América a nuestro augusto soberano el señor don Fernando VII y a sus legítimos sucesores” contenía en todos o algunos una reserva mental: si hubo o no “máscara” y se “fernandeó”, o si fue sincero, porque hay que hacer aquí un juicio político y no moral, respecto de un grupo de hombres que actuaba al compàs de los acontecimientos, reactivamente.  Destaquemos que Fernando, mientras tanto, reposaba en el castillo de Valençay, escuchando la guitarra española, consolándose con la ex señora de Talleyrand, que éste le ponía gustosamente a disposición y haciendo calceta y bordado, además de dar su enhorabuena a Napoleón por haberlo sucedido con el rey José e intentar, incluso, emparentarse con la familia Bonaparte.  Hasta aquí tenemos gobierno propio sin acompañarlo de independencia. El 25 de mayo de 1836 don Juan Manuel de Rosas en su discurso ante el cuerpo diplomático manifestó que fue el primer acto de soberanía popular, no para sublevarse, sino para suplir la falta de autoridades, caducadas de hecho y de derecho, en situación de acefalía; hasta que, ante la ingratitud del rey repuesto que nos hizo la guerra, nos declaramos independientes. Julio Irazusta decía que esa interpretación era la única que nos salvaba de una suerte de tacha de perfidia colectiva (hoy vuelve). “Jamás el Estado argentino se pensó a sí mismo por el órgano de uno de sus magistrados supremos, con más nobleza y racionalidad”.

Vamos ahora a “independencia”. La independencia política, que supone la proclamación de una nueva unidad política soberana, que se declara tal y ha elegido su órgano de gobierno, es una constante en la historia, no reservada exclusivamente a la era contemporánea, especialmente desde que, a partir del la Revolución Francesa, el concepto de “nación” , hasta entonces referido al lugar de nacimiento, toma una central dimensión política: independencia nacional; independencia de un Estado nacional soberano. (Antes había ocurrido en poleis y en reinos). Tenemos el 4 de julio de 1776 la independencia de los EE.UU. Y el 1º de enero de 1804 la de Haití, ambas con una formulación republicana (presidente vitalicio, luego emperador, luego asesinado, Jean-Jacques Dessalines). El 14 de mayo de 1811, el Paraguay de Rodríguez de Francia se proclamó independiente de España y de Buenos Aires. Junta de Gobierno, Cónsul, dictador a la romana, Supremo Dictador  Perpetuo del Paraguay. El 5 de julio de 1811 se definió a Venezuela como “república federal”. También se estableció en ese tiempo una república en Nueva Granada (Cundinamarca). Ambas serían de corta existencia. Entre nosotros, como es sabido, hacia 1808 existía un partido al que sus enemigos acusaban de querer promover la independencia, encabezado por Martín de Álzaga. Recordemos también a Artigas y las instrucciones a los diputados orientales para la Asamblea del año XIII: “deberán pedir la declaración de la independencia absoluta de estas colonias”.


Nuestra declaración de independencia , en medio de una caótica situación interna y de un sombrío panorama externo, sin lograr ser acompañada de una formulación de la forma de gobierno, fue también en una situación de necesidad y urgencia, después de que el Congreso eligiera a  Pueyrredón como Director Supremo, lo que exigía una decisión oficial que declarase a las Provincias Unidas una sola y única nación independiente (la declaración parcial a instigación de  Artigas, no cubría ese aspecto, no hay acta ni autoridad nacional; no hay que contraponerlas). De ese modo, la hasta entonces guerra civil pasaba a ser una guerra exterior, y comenzaba la carrera hacia el reconocimiento y el tramado de difíciles aunque necesarias alianzas y protectorados.

Por último, la “emancipación”. Mientras que el autogobierno y la independencia son actos políticos, la “emancipación”, filiada en la Luces, en Kant, es ideología. Una ruptura inteklectual que tiene, a mi juicio, como antecedente la “Carta a los españoles americanos” del jesuita arequipeño Viscardo y Guzmán. Con fuentes en Montesquieu, Rousseau y Raynal, que establece una divisoria de aguas entre las fuentes propiamente hispánicas y las tomadas del mundo ideológico francés y, posteriormente, anglosajón. La ideología de la emancipación de la nación fue la primera de las grandes ideologías políticas, que funcionaron como religiones de la política, para representar y guiar la consciencia colectiva. La ideología de la emancipación acompañará nuestra independencia política, manifestándose en las corrientes liberales, primero, luego extrapolándose el concepto de emancipación a otros sujetos colectivos, como la clase  o, en nuestro tiempo, a la autorrealización individual, superación de los soportes naturales, de base biológica, como la diferenciación sexual, etc.   La tensión entre “independencia” y “emancipación” es un hilo rojo que recorre nuestra historia.-  

 

 

miércoles, 23 de mayo de 2012

Sobre el Peronismo, de otro Sexagenario

Tanto he leído estas últimas semanas sobre el peronismo, su longevidad, permanencia y misterio que me resolví volver a la disciplina bloguera con un breve post sobre esta "croce e delizia" de nuestra historia política, antes que referido a Ibn Laden, la noticia planetaria, acerca del cual algo anotaré en "El Parte del Torrero".
La Argentina es un sueño de clase media concebido en Buenos Aires -por entonces un agujero maloliente que permitía ganancia de contrabando a cambio de aceptar sus notorias incomodidades- hacia el siglo XVI. Sería necesaria una labor de rastreo a la vez benedictina y romana para encontrar las raíces de aquel delirio de grandeza que creció a orillas del Río de la Plata, sobre el que se devanó los sesos don Juan Agustín García, que bien lo avistó en su época. Sucedió, it happens, y esto sea todo por ahora respecto de ese momento inaugural. Nuestros indios eran middle class, nuestros conquistadores, salvo algún caso aislado, también. Creían en una grandeza de clase media, sin otra aristocracia que la mercantil. Rosas, el político más extraordinario que hasta ahora haya pisado nuestro suelo, lo advirtió de inmediato, quizás desde el mostrador de comercio adonde lo destinaban sus padres y que abandonó rápidamente. Un autócrata paternalista y honrado, que respetase los diferentes caracteres de la familia y manejase con firmeza hacia adentro y decoro hacia afuera esta ensoñación de estado llano, es lo que propuso como modelo y lo que en la práctica fue -con menos poder en su "lleno de las facultades" que un intendente del segundo cordóa bonaerense hoy.
En 1945, en que nacemos el peronismo y yo mismo, el sueño de clase media, ya presente, como es de rigor, en un capitán Juan Domingo Perón que años atrás se casara con la maestra Potota Tizón (ella tocaba el acordeón y él el piano), iba a tomar otra carnadura.

lunes, 12 de julio de 2010


LA OTRA INDEPENDENCIA





Nuestra independencia, la independencia de "estas crueles provincias" de España y "de toda otra dominación extranjera" ¿se proclamó únicamente el 9 de julio de 1816? ¿Es la única fecha en que podemos celebrarla? Tenemos una data para el autogobierno, -25 de mayo de 1810- y otra para la independencia, que algunos todavía confunden. Pero el asunto es aún más enmarañado: hubo dos declaraciones de independencia. Una en 1815, otra en 1816. La declaración de independencia de 1815 fue formulada en el Congreso de Oriente, ocurrido en el Arroyo de la China, Concepción del Uruguay(también en Paysandú), en junio de 1815, por los representantes de la Banda Oriental, Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe y Córdoba, bajo la inspiración del Protector de los Pueblos Libres, don José Gervasio de Artigas. Esto es, por representantes de estados provinciales pertenecientes a territorios que hoy forman parte de la Argentina, el Uruguay y el Brasil. Artigas había previsto, incluso, que cada pueblo indígena mandase sus representantes, aunque no aparecen en la reuníón, de cuyas sesiones no disponemos de actas. Estos pueblos eran, fundamentalmente, del ámbito guaranítico. En cambio, la declaración de Tucumán fue traducida al quechua y al aymara, porque contó con representantes del área altoperuana. Fueron dos congresos y dos declaraciones: una, inspirada en la forma republicana y el sistema de confederación de ciudades y ayuntamientos que las particularidades culturales y territoriales habían establecido desde dos siglos atrás; otra, que pretendía desde Buenos Aires mantener la unidad e indivisibilidad borbónica, bajo forma monárquica. Recuérdese, para entender lo que viene, que el agregado "y de toda otra dominación extranjera" fue realizado el 19 de julio, a pedido del diputado Medrano, "para sofocar el rumor de que existía la idea de entregar el país a los portugueses".


La Union de los Pueblos Libres, entró en conflicto con el Directorio porteño. Desde Buenos Aires, se procuró un entendimiento con los portugueses. El trato era considerar como no hostil el despliegue lusitano de las tropas de Juan VI en la Banda Oriental; en otras palabras, que desde Río de Janeiro les quitasen ese incordio de Artigas. Y los ejércitos portugueses marcharon hacia allí. El Uruguay fue ocupado por las tropas de la corona portuguesa y se convirtió en la Provincia Cisplatina -sería liberado por los Treinta y Tres Orientales, abriéndose la guerra con el Brasil en 1826. Tal fue el despliegue de la columna sur, fuerte de doce mil hombres, bajo el mando del general Lecor, luego barón de la Laguna. La columna norte de las fuerzas lusitanas se propuso cruzar el río Uruguay, tomar Corrientes, desplazarse al sur, cruzar el Paraná y ocupar Santa Fe. Entre ambas, encerrarían a Artigas. Lecor alcanzó sus objetivos, pero la columna norte tuvo graves problemas para internarse en Corrientes. El brigadier Chagas Santos sufre derrotas, debe replegarse, intentarlo de nuevo, lleva adelante una ocupación sangrienta y saqueadora de la margen derecha del Uruguay - ahí es donde se borra del mapa a Yapeyú, en la misma fecha, aproximadamente, de la batalla de Chacabuco - pero sus fuerzas son enfrentadas por el guaraní Andresito Artigas, esto es, Andresito Guazurari, lugarteniente de Artigas, caudillo de los misioneros, que termina derrotándolas en la batalla de Apóstoles. Guazurari incluso llega a montar un ofensiva, cruza el río pero es derrotado en Sao Borja, capturado y aparentemente llevado prisionero a Porto Alegre, acostado sobre un caballo y retobado en cuero crudo que se va secando al sol. No hay tumba de Guazurari. Y casi nadie sabe del Congreso de Oriente, de la Unión de Pueblos Libres, y de la primera declaración de independencia. Algún día -quizás en su próximo bicentenario- los argentinos memoriosos la celebraremos.

martes, 25 de mayo de 2010

¿UNIÓN SUDAMERICANA?





Se trata de un artículo de varios años atrás, pero que mantiene vigencia y atingencia respecto del Bicentenario



LA UNIÓN SUDAMERICANA ENTRE EL SUEÑO Y LA PESADILLA



Luis María Bandieri




Desde lejos los suramericanos nos engolosinamos con la referencia al “sueño de San Martín y Bolívar”. El sueño, claro está, de la unión continental, que tantas proclamaciones sucesivas han intentado trasladar a la vigilia. La última fue la Comunidad Suramericana de Naciones, constituida en Cusco en diciembre de 2004. Como siempre que se adjudican premoniciones a próceres máximos, conviene –para que la poesía de aquellos sueños pueda volverse prosa efectiva algún día- efectuar algunas precisiones.

San Martín, en nombre de la ideología de la “emancipación” –la independencia fue un acto político, la “emancipación” una soflama ideológica inspirada en la filosofía de las Luces- proyectó una Suramérica repartida entre varías monarquías, cada una de ellas con un dinasta europeo a la cabeza. Con todo lo que puede atribuirse a cálculo de negociador, la propuesta que le hizo a Laserna en Punchauca de una monarquía con cabeza en Lima, que abarcaría prácticamente el territorio del antiguo virreinato del Río de la Plata, era expresión fiel de su pensamiento. Que, a esa altura, desde el Rímac se pudiese gobernar Buenos Aires, resultaba, sin embargo, algo más que aventurado.

Bolívar pensó en un anfictionado que abarcase idealmente tanto Sudamérica como Centroamérica. La clave de este proyecto era que la Gran Bretaña tuviese “el fiel de la balanza”. Contaba con los casacas rojas no sólo como poder protector sino, incluso, como tropa invasora de los EE. UU. de Norteamérica, coloso naciente que estaba en el centro de sus preocupaciones. Era también muy aventurado suponer tal escenario[1]; en los hechos, los norteamericanos avanzaron en las Antillas y la Gran Bretaña afirmó su hegemonía sobre la cuenca del Plata, remachándola con la independencia de la Banda Oriental, sin que entre aquellos y ésta ocurriese ninguna colisión.

Sin ánimo de establecer ninguna competencia procerística, orientaciones quizás más efectivas hacia una confederación suramericana pueden encontrarse en José Gervasio de Artigas o Juan Manuel de Rosas. Pero –repito- aquí se trata más bien de examinar de cerca un lugar común -el “sueño de San Martín y Bolívar”- proferido ritualmente por burócratas de la política o parásitos de la diplomacia, que oscurece y desorienta, más que aclarar y conducir a una unión política efectiva, frente a la cual ningún suramericano puede ser indiferente.

Bolívar, por cierto, era un hombre genial pero un padrecito algo inmaduro, que debió hacerlo todo a los apurones, perdiendo la mayor parte de su tiempo en luchar contra su propia gente y –además- contra aquella molesta “pardocracia” que veía dibujarse en el porvenir continental. “Pardocracia”, con perdón del vocablo discriminatorio cuya autoría pertenece en exclusiva al Libertador, que habría de tener en nuestro tiempo descendencia tan remota como impensable para los emancipadores.

En Angostura, hacia 1819, propone para la Gran Colombia una constitución que conjuntaba la presidencia vitalicia (tomada de Haití), el Senado hereditario (tomado de Sieyès) y el poder moral (tomado del censor de la Roma republicana), además de una articulación unitaria del poder territorial. Años más tarde, cuando los directoriales le regalaron el Alto Perú, le dio a ese rompecabezas, que llamaron en su honor Bolivia, una constitución con un presidente vitalicio, acompañado de un vicepresidente, nombrado por él, que será su sucesor. Coloca a su lado un cuerpo legislativo tricameral de elección indirecta: Cámara de los Tribunos, Senado, Cámara de los Censores. Se apartaba así en mucho de la matriz constitucional anglosajona que John Locke prefiguró y los constituyentes de Filadelfia consagraron en 1787. Intentaba, con este modelo de gobierno monocrático y –diríamos hoy- “reaccionario”[2], conjurar el fantasma que horrorizó a toda la primera generación independiente: la anarquía. Nuestros padres de las muchas patrias sentían a flor de piel que, al darnos la independencia, con ese regalo nos traían también la ingobernabilidad y el desmanejo político. Para ellos, los dos conceptos –independencia/anarquía- forman un matrimonio indisoluble. ¿Por qué? La respuesta más a la mano es que, en nuestros pueblos, había en el año X, aún, un fuerte sentido de pertenencia a la monarquía hispánica. El titular de la corona española, aunque fuese un Borbón taimado y subnormal, como Fernando VII, seguía siendo el padre común. La causa de la “emancipación” era minoritaria, cenacular y oligárquica en casi todas las ciudades del continente, salvo contadas excepciones. Esa situación de círculos conspirativos invitaba al disimulo, la máscara y el secreto de las logias. Cortándole simbólicamente la cabeza a aquel padre común, el rey, aparecerían numerosas cabecitas aspirantes a sucesoras, transformándose una unidad política trimembre –virreinatos de Nueva Granada, Perú y del Río de la Plata- en un espejo roto de diez repúblicas (si excluimos las tres Guayanas), como el mismo Bolívar presagiaba ya en 1815. Los suramericanos resultamos hijos de aquella obra, la independencia, y para aquellos que las realizaron cabe nuestro invariable reconocimiento. Nuestra historia política, desde entonces, ha sido procelosa. Muestra una tendencia periódica hacia la inestabilidad, producto, en buena medida, de lo dificultoso de hallar principios de legitimación de los gobiernos que mantuvieran un buen grado de continuidad y aceptabilidad en el tiempo. Adoptamos, en general, la matriz del constitucionalismo liberal, sin demasiada convicción ni mucho respecto, manifestándose en ese punto fenómenos continuos de resistencia y rechazo de aquella horma institucional, hasta convertirse tal desfasaje entre ficción y realidad constitucional en uno de los síntomas más evidentes de una “mentira vital” que descalifica nuestras instituciones. Esta bufera dantesca de la inorganización política aún nos arrastra, con señales de alarma encendidas especialmente en el transcurso de los primeros años del siglo XXI. Y esta historia circular y reiterada nos golpea donde más nos duele, que es la diferencia, en este punto, con los EE. UU. de Norteamérica, que los suramericanos, y los latinoamericanos en general, nos obstinamos en proyectar, del punto de vista político, como la “sombra” jungiana, la imagen obscura y densa que impide nuestra realización colectiva, con efectos paralizantes y deletéreos.

Ahora bien, el “sueño de San Martín y Bolívar”, esto es, el de una unidad política suficientemente extensa y poblada que pudiera equilibrar en el Sur la arrogancia de la América sajona, se cumplió en nuestro continente. Pero no con los herederos de la corona española. Fue en el Brasil, con los primos cachorros del león ibérico. Este 2008 se cumplen doscientos años de la fuga de los Braganza desde Lisboa a su destino final en Río de Janeiro. Recordemos las circunstancias. La reina María de Portugal, enferma mental, dejó el poder en manos de su hijo, el futuro Juan VI, a título de regente. Juan de Braganza estaba casado con Carlota Joaquina de Borbón, hija de Carlos IV. Portugal era, por entonces, una especie de factoría inglesa: Lisboa y Oporto eran grandes almacenes de la mercadería que el comercio inglés introducía en el continente. El reino no se plegó al bloqueo continental decretado por Napoleón. Un ejército francés atravesó entonces España e invadió tierra portuguesa. Cuando llegaron a Lisboa, la corte se había embarcado rumbo al Brasil, junto con un gran número de funcionarios[3], en una maniobra cuidadosamente planeada. Desde luego, un rey es simbólicamente el padre de su pueblo. Los portugueses se consideraron abandonados por la dinastía y los lisboetas no se privaron de fulminar a la familia de “cagoes” que se había largado a la “terra dos macacos”. Esto explica cómo tres mil franceses pudieron mantenerse en una ciudad de trescientos mil habitantes. La fuga obedeció a una estrategia para no caer en manos de Napoleón –como Carlos y Fernando en Bayona, poco después. El plan, visto en perspectiva, tuvo sus aciertos, ya que don Juan volvió más tarde a reinar en Lisboa. Mientras la corte estuvo de este lado del charco, el Brasil fue un reino independiente con su monarca y su corte. La guerra de la independencia que afectó a los virreinatos hispanoamericanos no lo golpeó, pues. En la mente de su monarca desarrolló, en cambio, dos ideas principales: la primera, la necesidad de mantener férreamente la unidad territorial; la segunda, la de extenderla hacia el virreinato del Río de la Plata, continuando una política ya planteada en ese sentido desde el siglo XVIII. A la caída de Napoleón, Juan VI regresó a Portugal y dejó en su lugar a su hijo Pedro. El último consejo recibido por éste de su padre fue que, en caso de que los vientos de independencia se desarrollaran en el Brasil, se pusiera él mismo a la cabeza de ese movimiento. Cuando se le exigió el regreso a él también, como príncipe heredero, proclamó en 1822 la independencia y tomó el título de emperador del Brasil[4], organizando el país en una federación. La sumisión de las provincias se obtuvo por medio de la fuerza, conservándose la unidad territorial. Ocho años después del grito de Ipiranga, solo y desterrado, moría Simón Bolívar. En los finales, dejó escrito que la América española era ingobernable por sus hijos, que hacer una revolución en nuestras tierras equivalía a arar en el mar, que lo mejor que se podía hacer aquí era emigrar y que el poder en las nuevas repúblicas se lo disputarían tiranuelos imperceptibles.

El Brasil, con sus ocho millones y medio de kilómetros cuadrados y sus casi doscientos millones de habitantes es una gran república gracias a la monarquía y a aquel bon vivant de Juan VI. De otro modo, cabría suponer que en su territorio habrían surgido, por lo menos, tres repúblicas (nordestina, mineira y suleira) en guerra entre sí y con sus vecinos.

A poco de desembarcar en nuestro continente los Braganza, ante el sesgo de la política europea y sometida la corona española en Bayona, un grupo de notables rioplatenses solicitó a la infanta Carlota Joaquina de Borbón que bajase a Buenos Aires y asumiese como regente del trono. Fue el proyecto llamado “carlotista”, que dio a un teje y desteje diplomático entre don Juan, su mujer, el ministro Rodrigo de Souza Coutinho, el embajador inglés en Río de Janeiro, lord Strangford y el grupo porteño, proponente de esta suerte de Mercosur anticipado[5].

La relación con el Imperio brasileño pasaría por momentos de alta tensión en la disputa por el dominio de la cuenca del Plata, que se dirimiría en la Banda Oriental,. En 1826 estalla la guerra que finaliza en 1828 con el reconocimiento de la independencia de la República Oriental del Uruguay. En 1851, el pronunciamiento de Urquiza y su alianza con Brasil y Uruguay culminan en la derrota de la Confederación Argentina en Caseros. La guerra de la Triple Alianza, que tiene como causa inmediata la guerra civil en el Uruguay, marca un giro, ya que el gobierno argentino se puso al lado del Brasil, coligados ambos bajo un discurso ideológico: castigar las demasías del tirano Francisco Solano López. En las vistas de Mitre se anota también la de plantear una “causa nacional” llevada hasta la guerra –sirviendo muy a propósito para ello la invasión paraguaya a Corrientes- aunque, en los hechos, fuera librada aquélla principalmente por Buenos Aires. De todos modos, las tensiones con el Brasil, aunque amortiguadas, habrán aún de reaparecer. Cuando Roca, con el cañón y la corrupción establece en 1880 el Estado nacional, la atención se dirige más bien a la frontera chilena que a la guardia oriental, buscándose no abrir conflictos por dos frentes. Por otra parte, la inserción de la Argentina como porción extraoficial del Imperio británico, merced al intercambio de los frutos uterinos de la tierra por los elaborados por la industria inglesa, sin perjuicio de crisis y altibajos, produce un distanciamiento, en términos económicos, de la Argentina respecto del resto latinoamericano, a lo que se suma un aporte inmigratorio más importante, en relación con la población nativa, que el recibido en los EE.UU., por ejemplo. Hacia 1930, el 50% del PBI latinoamericano era producido por la Argentina, el 25% por el Brasil y el 25% restante por el todos los demás. A principios del siglo XX, tuvimos una situación prebélica con el Brasil, debido a una carrera armamentística y la suposición del canciller Estanislao Zeballos que los brasileños nos invadirían[6]. En esa oportunidad, mientras la Argentina buscaba el apoyo de Chile y Brasil obtenía el del Uruguay –gobernaban los “colorados” y nuestro gobierno apoyaba encubiertamente a los “blancos” revolucionarios- la Gran Bretaña operó para poner paños fríos en la cuestión, haciendo jugar la pax britannica en defensa de su aprovisionamiento de alimentos. El canciller brasileño, barón de Río Branco, consiguió también poner de su parte a los EE.UU. “Sigue siendo un hecho -decía en 1945 Gilberto Freyre- que similitudes y diferencias atraen Brasil hacia Estados Unidos de una manera especial y hacen que los países se complementen el uno al otro de una forma particular”[7]. Esa relación ha continuado, casi sin sobresaltos, en los mismos términos hasta hoy. En cambio, con la Argentina hubo más bien relaciones competitivas, mientras ello fue posible, y hoy está muy difundido un sentimiento antinorteamericano, una década después de que un canciller describiera el vínculo entre ambos países como “relaciones carnales”.

Satisfecho el interés brasileño de que la Argentina no armase coaliciones regionales en su contra, las relaciones se han mantenido en un nivel preponderante de colaboración o de competencia reglada. El despegue brasileño y la consiguiente ventaja adquirida sobre nosotros, visto a principios del siglo XXI, recuerda el sorpasso argentino de inicios del siglo XX. “Mientras nosotros nos concentramos en temas importantes pero menores en una escala de soluciones de largo plazo, los brasileños han confiado su futuro a llevar adelante otras categorías programáticas que en poco tiempo los habilitaron para ser considerados potencia en general y hegemónica en la región en particular. Ajustada la acción a un proyecto estratégico que parece haber sido compartido por Cardozo y Lula da Silva, los resultados, despejados de otros enfoques, son espectaculares. De aquí mi sorpresa ante la falta de consideración del tema por nuestra clase política presidenciable, sobre todo”, escribía Marcelo Lascano poco antes de nuestras elecciones presidenciales de 2007[8].

El Mercosur nació -Tratado de Asunción, 1991- como un proyecto protopolítico de integración continental de la cuenca del Plata con la olla amazónica. Subyace allí la intuición geoestratégica de fundir en una alianza perdurable lo que fue, antes de la independencia, y luego de ella, campo de enfrentamiento entre España y Portugal, primero, y entre la Argentina, Paraguay y los “blancos” uruguayos, de una parte, y el Brasil, luego. El antecedente de este intento es el audaz proyecto carlotista al que nos referimos antes. Si se piensa que el Virreinato fue establecido con cabeza en la Buenos Aires contrabandista para balancear el avance portugués encabezado por los bandeirantes, que esa disputa continuó sangrientamente en la Banda Oriental, que se llegó a una guerra entre la República y el Imperio y que Caseros es una continuidad y desquite de esta última, se comprenderá que un intento serio de cancelación del conflicto y la simultánea búsqueda de un interés común resulta cuestión de alta, hasta diré de altísima política continental. Ahora bien, los hombres de politiqueo que firmaron el acta de Asunción sintieron campanas, pero no sabían adónde repicaban. El modelo que se les impuso, obviamente, era el de la Unión Europea. La Unión Europea, en 1991, era una unión económica que marchaba a paso firme a la unión monetaria, y que esperaba concluir en la unión política. Había empezado como zona de libre comercio y pasado fructuosamente al estadio de mercado común, El Mercosur nació como unión aduanera, pero no llegó siquiera a zona de libre comercio, no habiendo podido establecerse en serio un arancel común. Creo, lamentablemente, que la mayor responsabilidad cabe en ello a nuestro país, cuyos grupos dirigentes aprovecharon el comercio bilateral con Brasil cuando fue favorable, patalearon cuando ello se dio vuelta, mandaron el país a la devaluación estafatoria y al default fraudulento sin avisar a nadie y, luego, reclaman por si una bolsa de arroz o un par de zapatos nacionales no es debidamente protegido. En medio de ese fracaso, a instancias nuestras, Venezuela ingresó a fuerza de petróleo como socio del Mercosur. Un gran poeta mexicano, López Velarde, decía que a su país "el niño Dios le escrituró un establo/y los veneros de petróleo el diablo". El petróleo tiene algo de endiablado y alucina a los disfrutadores de su renta[9]. Venezuela no trajo al Mercosur otra innovación que la de poner una ideología moribunda y demodée, el socialismo, dentro del fracaso común, como una especie de arco de entrada a una fase superior del subdesarrollo. Venezuela pertenece al cordón andino, el otro guión histórico, político y geoestratégico de Sudamérica (antes de entrar al Mercosur, Chávez abandonó la Comunidad Andina de Naciones, su grupo regional de pertenencia). El punto de fricción de ambos gigantes es el occidente y el oriente bolivianos, su zona andina aymara que habla esa lengua y el quechua, por un lado, y su zona selvática que habla guaraní y castellano, por el otro. Allí están puestas las condiciones para un estallido, ya que un Estado unitario en el que se ha metido la cuestión étnica como eje de la diferenciación amigo/enemigo no puede sostenerse. En una visión reductiva e infantil, nuestras sociedades parecen dividirse entre un grupito de yetties que ganan millones con la Palm Pilot o de egresados de Princeton con un PhD para vender galletitas o enseñar a evadir impuestos, esto es, una clase cosmopolita e irresponsable, mecida por el MP3 y pautada por su Tag-Heuer, que vive su golden dream con deprecio absoluto del resto, por un lado, o las sufridas etnias originarias unificadas por la hoja de coca, que quieren volver al refugio colectivo del ayllu y a la mita solidaria, cuyos líderes se encasquetan el chuyo fashion, el poncho y acompasan su ritmo milenario...con un Tag-Heuer. Parece que nuestro dilema bicornuto se presentase entre dos simulacros, uno de adelanto y otro de arcaísmo.

Estos días presenciamos cómo nuestro flamante socio en el Mercosur parece plantear un casus belli con Colombia, manifestándose, además, como aliado y protector de una agrupación en armas declarada ilegal en territorio colombiano.

En estas circunstancias, resulta conveniente plantearse otra vez la pregunta sobre la unión suramericana, sobre el “sueño de San Martín y Bolívar”, que parece rumbear a pesadilla. En el tablero de la mundialización política y la globalización técnica sólo hay lugar para los grandes espacios. Aunque Chávez encare para el lado erróneo, acierta en que nuestro continente debe participar, con la conciencia de sus limitaciones, en aquel gran juego, si no quiere simplemente ser arrastrado por el ventarrón de los acontecimientos.

Para comprender un poco mejor nuestras posibilidades de unión, creo que hay que distinguir a Brasil del resto de los países que conformamos Suramérica. No sólo por su tamaño, población, PBI, etc., sino por una característica de su cultura. Se requiere, a esta altura, un pequeño excursus. Para estudiar un ciclo histórico de un modo abarcativo debemos recurrir al concepto de culturas. Cultura es una cierta relación hombre con el mundo. Es la manera en que el hombre hace del mundo su mundo. Cuando hablamos aquí del hombre, lo entendemos en comunidad con otros hombres, todos ellos unidos por una cierta consideración del sentido de la vida y de la configuración del mundo, que se manifiesta en formas de comprender y de actuar, respecto de creencias, costumbres, el arte, la ciencia no técnica, el derecho, la política, etc. Toda cultura así considerada constituye una unidad más o menos coherente dentro de tiempo y espacio; el espacio es, generalmente, el área de una lengua, ya que el elemento cohesivo en la mayor parte de las culturas es la lengua. Tomando el ciclo de desenvolvimiento de las culturas se desarrollaron los análisis históricos de Spengler, Toynbee y Sorokin, entre otros, así como los más devaluados y deshidratados de un Huntington, en el presente. Nuestro empeño es más modesto, ya que se concentra en un aspecto de las culturas, que es el político. Desde ese punto de vista, las culturas pueden dividirse en convergentes y divergentes. En las divergentes se manifiesta un particularismo fuerte que impide o dificulta a los pueblos y naciones que componen esa cultura uniones políticas duraderas. Las convergentes se han formado alrededor de un núcleo dominante y forman unidades políticas relativamente compactas. La cultura griega clásica y la cultura occidental –que Spengler llamó “fáustica”- son ejemplos de culturas divergentes. La cultura romana clásica y la cultura norteamericana son ejemplos de culturas convergentes. En las culturas divergentes, el fenómeno recurrente es la desunión, que lleva –incluso- a pactar alianzas con otras culturas extrañas y hasta enemigas, que funcionan como terceros opresores –divide et impera- o terceros aprovechadores –tertius gaudens. En ellas estallan guerras destructivas, como la guerra del Peloponeso o las dos guerras mundiales en el siglo XX. En las culturas convergentes aparece la característica recurrente de movimientos separatistas que pueden producir sangrientas guerras intestinas. En la cultura romana puede ejemplificarse con la secesión plebeya al Monte Aventino, conflicto que se compone a través de la creación del tribunado; más tarde, en cambio, en las llamadas “guerras sociales”, la rebelión de los itálicos es violentamente sofocada para, luego, ir aceptando poco a poco sus reclamos. En la norteamericana, el ejemplo de la guerra de Secesión resulta suficientemente explicativo.

En nuestro continente, la cultura hispanoamericana es predominantemente divergente y la cultura brasileña predominantemente convergente. Brasil superó las secesiones paulista y farrupilla. Los países latinoamericanos han chocado entre sí en muchas ocasiones –aunque nunca con la intensidad de los europeos- y han recurrido en ocasiones a terceros opresores para imponerse a sus vecinos. De allí que el famoso “sueño de los Libertadores” no se haya vuelto vigilia en Hispanoamérica sino en el Brasil. Aunque las condiciones para una unión hispanoamericana parezcan óptimas, resultando a simple vista mayores los elementos aglutinantes que los disgregadores entre naciones “hermanas” –hermanas separadas.

La unión, pues, no resulta tarea simple, y la hegemonía continental brasileña se ve sustentada y apuntalada por su carácter de cultura políticamente convergente. El Mercosur, en puridad, debería haber apuntado a instrumento político que permitiese equilibrar esa hegemonía, por medio de un contrapoder sustentado en los intereses comunes del resto rioplatense, argentino, uruguayo, paraguayo e, incluso, el oriente boliviano. La Comunidad Andina de Naciones debería fungir como el deuteragonista de este gran juego regional, irguiéndose sobre el equilibrio inestable de los conflictos viejos y nuevos que son como el hilo rojo que enhebra los países de esa columna montañosa, de tal modo que a ninguno de ellos le conviniese sacar los pies del plato y campear por sus fueros o, en porteño, “hacer la propia”. El escenario de hoy parece lejos de aquella configuración ideal: nosotros atropellamos a los uruguayos por una cuestión municipal y el caudillo venezolano ordena un despliegue de tropas en la frontera de Colombia desde “Aló presidente”.

Para avanzar algo en la efectividad de la unión, sin recaer en la poesía que se torna simple “verso”, y neutralizar al mismo tiempo las tendencias desmembradoras, se debe ante todo tener en cuenta los matices diferenciales en la cultura política que se vienen de señalar. Quizás los episodios que vivimos, de desenlace incierto, resulten el empujón que nuestro continente necesita para asumir la existencia histórica adulta. Hasta ahora, criticando a los EE.UU. porque no nos prestan atención, para luego denostar a los gringos porque se ocupan de nosotros demasiado, o imputando a la invasión europea de 1492 el origen de nuestros males presentes, los latinoamericanos hemos vivido, en general, como el puer aeternus[10], el eterno muchacho. Somos los perpetuos adolescentes, aun en la edad madura; siempre nuestra vida resulta provisional, porque falta algo, o alguien impide, que nos incorporemos al mundo real. La revolución, con su cortejo de sangre y su séquito de miseria, fue uno de los tantos recursos del pibe eterno para eludir la historia de todos los días. Y el político más dotado que Latinoamérica parió en el siglo XX –sobreviviéndose ahora trabajosamente en el XXI-, esto es, Fidel Castro, resulta un puer clásico, condenado a la estrechez de su estuche isleño, una especia de ogro en una caja de zapatos, el monstruo de Loch Ness en una pecera.

Algún día, no lejano quizás, nos elevaremos del puer al vir. La historia nos pondrá entonces otras cuestiones sobre el tapete, graves y no tan fútiles como estas por las cuales amenazamos matarnos. Mientras tanto, esperemos que el puer, en los episodios del día, resulte por demás pueril.-

[1] ) Sobre todo, el de un enfrentamiento entre los EE.UU. y la Gran Bretaña. Luego de la guerra de 1812 a 1815, entre ambos países, durante la cual los ingleses quemaron el Capitolio, y que tuvo un desenlace amorfo en la paz de Gante, tanto la política inglesa como la norteamericana –más allá de rencores recíprocos- coincidieron en apoyar a las nuevas naciones latinoamericanas en su lucha por la independencia, por su carácter de nuevos mercados y abiertas zonas de influencia.
[2] ) “Republicano, aristocrático, autoritario y antidemocrático”, lo resume Marius André, “Bolivar et la Démocratie”. Paris, 1924, p. 215.
[3] ) Fueron quince mil personas, más los archivos, libros, platería, etc.
[4] ) El Imperio del Brasil resulta, históricamente, el segundo imperio erigido en el hemisferio Sur, después del Tawantisuyo incaico-
[5] ) Suscribieron una “Memoria Informativa”, dirigida a la infanta, Juan José Castelli, Antonio Luis Beruti, Hipólito Vieytes, Manuel Belgrano y Nicolás Rodríguez Peña. El hermano de este último, Saturnino, se encontraba en Río de Janeiro, refugiado luego de participación en la fuga de Beresford, y participó en el plan. Saavedra, Funes y Pueyrredón también participaron en él.
[6] ) Fue durante el gobierno de Figueroa Alcorta y le costó la renuncia a Zeballos.
[7] ) “Interpretación del Brasil”, FCE, México, 1964, p. 174.
[8] ) “El Posicionamiento Internacional de Brasil”
[9] ) Arturo Uslar Pietri, fino intelectual venezolano, alertó a su país (esta es la tercera renta petrolífera que despilfarra) sobre la necesidad de “sembrar el petróleo”. Fue en un artículo publicado el 14 de julio de 1936, y fustigaba así a los que querían “llegar a hacer de Venezuela un país improductivo y ocioso, un inmenso parásito del petróleo, nadando en una abundancia momentánea y corruptora y abocado a una catástrofe inminente e inevitable”.
[10] ) La expresión se encuentra en las “Metamorfosis” de Ovidio, Lº IV: “tu puer aeternus, tu formosissimus alto conspiceris caelo”, tú, muchacho eterno, tu el más hermoso en el alto cielo eres contemplado

lunes, 26 de abril de 2010

























Publicado en "El Derecho"





SOBRE UN PROYECTO DE CONSTITUCIÓN ATRIBUIDO A MARIANO MORENO

Luis María Bandieri (UCA)[i]










En los archivos de los familiares de Mariano Moreno se encontró un texto autógrafo del prócer con una traducción, que presenta ciertas variantes y supresiones, de la Constitución de Filadelfia de 1787 y sus diez primeras enmiendas. Junto con este texto y en el mismo papel de actuación ante la Real Audiencia, con el sello 1808/1809, se halla la traducción del mensaje de George Washington, que presidió la Convención, poniendo la carta constitucional a consideración de los estados federados, por intermedio del Congreso, para su ratificación. Ambos textos fueron publicados en 1972 por Eduardo Durnhöfer[1]. Sostiene Durnhöfer que las dos traducciones fueron realizadas luego del 25 de mayo de 1810, para la reunión del Congreso General proyectado de acuerdo con la segunda acta del Cabildo de aquel día, punto décimo,”para establecer la forma de gobierno que se concidere más combeniente”[2], según la ortografía de la época. Durnhöfer concluye que Mariano Moreno fue, así, el “primer constitucionalista argentino”[3]. Algunos autores han mostrado cuando menos reservas acerca de que la traducción referida pertenezca a Mariano Moreno. Así, por ejemplo, Abelardo Levaggi señala que Moreno “disponía de una traducción al castellano de la Constitución de Filadelfia, que, según algún autor [Durnhöfer], era obra suya”[4]. A continuación, se esbozará aquí una hipótesis algo diferente acerca de la fecha y modo de redacción del texto traducido, sus variantes y sus posibles destinatarios.




Una supuesta ignorancia

Para situarnos, debe recordarse, ante todo, que la frase del mismo Moreno, en 1810, acerca de “la absoluta ignorancia de derecho público en que hemos vivido”[5] resulta una extremosidad polémica, comprensible en el momento en que fue escrita, pero que en modo alguno encuentra verificación histórica. El propio Moreno, con su notable erudición en el derecho político de la época, demuestra que aquella afirmación resulta, para decirlo con fórmula sarmientina, una “inexactitud a designio”. Y no era el único esclarecido al respecto. En los círculos intelectuales virreinales, sin que fuese Buenos Aires un caso excepcional, se manejaban con soltura los textos de los pensadores básicos de la Modernidad y de la Ilustración, en sus lenguas originales o en traducciones, y la información sobre las novedades del derecho público europeo y norteamericano. “Se conocían las doctrinas de los publicistas modernos, fundadores y difusores del constitucionalismo. Sus libros ocupaban los anaqueles de las bibliotecas de muchos intelectuales desde antes de la Revolución de Mayo”, sintetiza Levaggi[6]. “No sin sorpresa –asienta Richard Konetzke[7]- se ha verificado que los libros impresos en Europa solían ingresar [en Hispanoamérica] ya en el año de su impresión”. Un autor muy leído era, por ejemplo, Jean-Louis Delolme (1741-1806), un ginebrino que publica en Amsterdam, en 1771, “La constitución inglesa comparada con los gobiernos republicanos y monárquicos de Europa”, en francés[8]. Fue consultado por los framers norteamericanos[9] y también en el Río de la Plata. Su influencia reaparece más tarde en el Congreso de Tucumán. Cuando Moreno nos habla de Inglaterra como “modelo único que presentan los tiempos modernos a los pueblos que desean ser libres”, hay un eco de Montesquieu y de Delolme en sus palabras[10]. En el mismo artículo, Moreno inserta una cita de Jefferson “en las observaciones sobre la Virginia”. El extracto es de “Notes on the State of Virginia”, publicado primero en París, en 1784, en forma anónima y finalmente bajo el nombre del autor en Londres, en 1787. La traducción al francés, por el abate André Morellet, amigo del político virginiano, aparecida bajo el título de “Observations sur la Virginie” es, muy probablemente, la fuente de la cita de Moreno.

En el torbellino del cambio conceptual

Hay que tener en cuenta que a principios del siglo XIX –como nos ocurre hoy, a principios del siglo XXI- los conceptos jurídico-políticos básicos estaban en plena transformación, sacudidos por las revoluciones norteamericana y francesa y sus sustratos ideológicos, no del todo intelectualmente metabolizados aún. “República”, “constitución”, la dupla “el pueblo”/“los pueblos” o el tríptico “unidad de régimen”/”federación”/”confederación”, carecían por entonces de un acuerdo extenso respecto de su significado[11]. Había que engrosar el trazo para plantearlos del modo polémico en que todo concepto jurídico-político viene inmerso, y más cuando aún se encuentra en los inicios de un nuevo significado. Dentro de esa exageración cabe analizar la afirmación de Moreno: “no tenemos constitución y sin ella es quimérica la felicidad que se nos prometa”[12]. Es obvio que había en el año X una constitución, cuyo núcleo era la Ordenanza de Intendentes de 1782, con la que –provista de facultades excepcionales[13]- va a gobernar la Junta instalada el 25, depositaria “de la autoridad superior del Virreinato”, como dice la segunda acta del Cabildo de aquella fecha. Con redacción moreniana, la Junta se dirigirá el 13 de agosto de 1810 al gobernador de Montevideo, acusándolo de romper los vínculos de dependencia respecto de la capital, en estos términos: “la distribución de provincias y recíproca dependencia de los pueblos que las forman es una ley constitucional del Estado y el que trate de atacarla es un refractario del pacto solemne con que juró la guarda de la constitución”[14]. Se argumenta en los términos de la constitución borbónica, aplicada aquí a rajatabla. Pero la reasunción de sus derechos, bajo la voluntad general, exige para Mariano Moreno que el pueblo instaure una “Constitución del Estado” y se dé una forma de gobierno, de modo de resolver, con un nuevo comienzo y un nuevo orden institucional, “el verdadero y grande problema del contrato social”[15]. Desde este enfoque rousseauniano, resultaba congruente hablar de que antes del pronunciamiento era absoluta la ignorancia del derecho público político, y de que no existía a ese momento constitución, la que debía crearse ex nihilo. Pero, al mismo tiempo, se ponía de manifiesto una línea de fractura que recorrería buena parte de nuestra historia institucional: la que separa “constitución” como organización del mejor gobierno posible conforme lo heredado y “constitución” como carta que registra la epifanía de la “felicidad de nuestro propio destino”[16].

Reversión tradicional y pacto social fundador

Debe tenerse en cuenta que la base doctrinaria con que se plantea en la América Española la asunción del gobierno propio, en un primer momento, y la independencia, acto seguido, es una doctrina tradicional hispánica, sostenida por Castelli en el Cabildo Abierto o Congreso General del 22 de mayo de 1810, según la cual, dependiendo estas tierras de la corona, la acefalía del trono producía la retroversión de la soberanía a los “pueblos”, a los municipios y ciudades que integraban cada una de las unidades políticas virreinales, quedando al mismo tiempo extinguidos los vínculos de subordinación que pudiesen existir entre esos municipios y ciudades entre sí, hasta tanto que, congregados bajo un pie de igualdad todos estos “pueblos”, que reconocían un vínculo histórico y cultural común, estableciesen un pacto institucional del que habría de surgir el nuevo gobierno.

Ahora bien, tanto colocándose del punto de vista del antecedente borbónico, como del punto de vista de la “soberanía del pueblo”, se apunta a la concentración hegemónica del poder en Buenos Aires, la que pretendía que, ya fuese la retroversión hispánica o el nuevo pacto social rousseauniano, debían producirse en o desde el mismo orden virreinal, pero sin el virrey, y teniendo por resultado el mantenimiento de las mismas relaciones de subordinación que resultaban de la Ordenanza de Intendentes. Moreno, siguiendo a Rousseau, decía: “la verdadera soberanía de un pueblo nunca ha consistido sino en la voluntad general del mismo, (...) siendo la soberanía indivisible e inalienable”[17]. Por lo tanto, no podía concebir que la soberanía correspondiente al Virreinato del Río de la Plata pudiese dividirse, fragmentarse, en tantos “pueblos” o municipios o ciudades que lo formaban, y que cada uno de ellos poseyese una fracción soberana, recuperando en cada caso el derecho al autogobierno. El que recuperaba su soberanía individual, en todo caso, era “cada hombre [que debe] considerarse en el estado anterior al pacto social”[18]. Pero el titular de la soberanía única e indivisible resultaba el gobernante que ocupase el lugar del virrey en el Fuerte, hasta tanto una nueva constitución estableciese las autoridades definitivas y la felicidad futura.

Allí están fijadas las líneas divisorias en el debate institucional que recorren nuestra historia: ¿quién es el titular del poder constituyente: “los pueblos” o “el pueblo”? ¿ confederación o consolidación unitaria? ¿constitución como mejor gobierno según lo preexistente o constitución “cuaderno” fundador? Todo ello con el fondo de los problemas estructurales que enfrentaban a Buenos Aires y el Litoral con el Interior, y a la propia Buenos Aires con el Litoral, que tendrán diversas composiciones y descomposiciones en el discurrir de nuestra historia.

Una ojeada a la traducción

Vayamos ahora a la traducción de la Constitución de Filadelfia atribuida a Moreno. Se trata de una versión que, cotejada con el original, demuestra tanto dominio del idioma como conocimientos jurídicos. Pueden anotarse algunos errores materiales: así, en el final del preámbulo, se asienta “prosperidad” cuando correspondía “posteridad” o “sección” por “cesión” en la sección octava del art. I y en la sección segunda, al final, del art. II. También puede considerarse dudosa la traducción de bill (proyecto de ley) como “decreto” (art. I, secc. 7). En cambio, resulta feliz, desde nuestra óptica, verter (art. I, secc. 1), “representatives” por “diputados”, muy probablemente por influencia de la terminología francesa, o amendments por “reformas”. Las variantes principales sobre el original resultan de supresiones en el artículo art. I, secc. 2, párrafo 3º al final; en el art. I, secc. 9 y en el art. IV, secc. 2º, párr. 3º. Se trata de aquellas menciones por perífrasis a los esclavos (“persons”), no llamados por su propio nombre, pero que aseguran , por ejemplo, que al contabilizar la población de cada uno de los estados, a los efectos de prorratear los representantes y los impuestos directos, se añadiría al número de las personas libres (“free persons”) las tres quintas partes de los esclavos (“persons”); o que hasta 1808 no podría prohibirse la introducción de “persons” que los estados quieran admitir, aunque podría cobrarse un derecho de hasta 10 dólares por cada una de estos esclavos importados; o, en fin, que estas referidas “persons” no pierden su carácter de tales aún cuando pasen a otro estado donde su condición esclava no fuese reconocida[19]. Otras supresiones relevantes son las del veto presidencial (art. I, sec. 7ª, párr. 3) y la necesidad de que por lo menos dos tercios de las convenciones de los estados ratifiquen el texto constitucional, para que éste cobre vigor (art. VII), eliminación esta última no registrada por Durnhöfer.

Algunas variaciones anotadas por el mismo autor en su ya citado trabajo no resultan tales. En el art. I, secc. 3,, párrafo 3º, cuando se exige para resultar elegido senador, en la traducción de Moreno, ser “vecino” del estado representado, ello no significa suprimir “la residencia para los senadores”, ya que “vecino” es versión correcta del original ”habitante” (“inhabitant”). Tampoco la traducción, en el art. I, secc. 5º, “introduce una cláusula inexistente en la Constitución de los Estados Unidos” cuando establece que “el Congreso se congregará una vez a lo menos cada año”. Durnhöfer supone, en su esfuerzo por situar la traducción luego del 25 de mayo de 1810, que “esta disposición tuvo un destinatario: los impacientes diputados de provincia que presionaban para incorporarse a la Junta de Gobierno”. Sin embargo, esa disposición está en la Constitución de Filadelfia, con la diferencia que se la halla al final de la sección 4 del art. I. En el texto de Moreno se suprime que esa reunión deba tener lugar el 1º de diciembre. En fin, tampoco acierta Durnhöfer cuando afirma, respecto del mensaje de elevación del texto aprobado en Filadelfia, que “la traducción (...) le hace decir a Washington que somete al Congreso la constitución y no a los distintos estados por intermedio del Congreso”. La finalidad de esta alteración o “adaptación”, según el autor citado, es que “si la Constitución debía ser sometida a consideración de cada Virreinato de la América, estaba destinada al fracaso de antemano. Lo que él pretendía es que la considerara el Congreso convocado el 25 de mayo”. Pero no hay ninguna “adaptación” sino una traducción lisa y llana.

Veamos el original:
“We have now the honor to submit to the consideration of the United States in Congress assembled, that Constitution which has appeared to us the most adviseable”.

Veamos la traducción atribuida Moreno:
“Tenemos el honor de sujetar a la consideración de los Estados Unidos reunidos en Congreso esta Constitución que nos parece la más conveniente”

Asegurémonos con otra traducción reconocida, si no fuese suficiente la comparación de los textos anteriores:
“Nos cabe ahora el honor de someter a la consideración de los Estado Unidos, por conducto de su Congreso, la Constitución que nos ha parecido más aconsejable”[20]

La traducción atribuida a Moreno se ajusta perfectamente al original. No hay ninguna alteración, ninguna adaptación, ninguna manipulación. El texto de Filadelfia se elevaba al Congreso Continental, establecido conforme los Artículos de Confederación y Perpetua Unión. De acuerdo con dichos Artículos (art. XIII), debía ser confirmado por las legislaturas de los trece estados. Recordemos que los framers de la Convención de Filadelfia, mediante un habilísimo lobby dirigido por Alexander Hamilton, habían transformado una asamblea destinada a reformar algunos de los Artículos de Confederación y Perpetua Unión en una Convención de la que salió un texto que derogaba aquellos y establecía un gobierno central (“federal”) con fuertes prerrogativas. Ahora había que obtener la ratificación por las “convenciones” de nueve estados (art. VII de la Constitución de Filadelfia) en lugar del trámite, mucho más proceloso, de la confirmación por trece legislaturas, según los Artículos. Todas las maniobras, presiones y engaños de la politiquería fueron puestas en juego para la ratificación, que encontraba fortísimos y fundados rechazos. También, de ese proceso, surgió uno de los libros preclaros de la ciencia política: “El Federalista”. Pero todo esto es otra historia.

Traducción, no proyecto constitucional

Nos encontramos, pues, ante una traducción, no ante un proyecto de constitución basado en la adopción del modelo de Filadelfia. No es, pues, el “modelo de constitución de Moreno”. El título lo señala claramente: “Constitución Federativa Asentada por la Convención del 17 de septiembre de 1787”. Luego de la traducción de la enmienda décima se transcriben prolijamente los nombres de los convencionales de Filadelfia, con mención de los estados que representaban, dato inútil en un proyecto de constitución. Como también resultan inútiles, para un proyecto constitucional, las seis notas explicativas de algunos lugares del texto, compatibles en cambio con una traducción orientada a hacer conocer la carta de Filadelfia. De tratarse de un proyecto destinado al futuro Congreso de los pueblos del virreinato ordenado en la segunda acta del 25 de mayo, parece que las modificaciones por supresión que ya vimos, además de ampliadas con la eliminación de los nombres de los framers y notas al pie arriba mencionados, deberían haber sido acompañadas de ciertos cambios redaccionales para extraer lo traducido de su contexto particular norteamericano. Por ejemplo, las enmiendas podrían haber sido refundidas en el texto principal (no tiene sentido un proyecto de constitución originaria que incorpore reformas) o podría haberse encontrado una fórmula sustitutiva para “Estados Unidos de América” (“Provincias Unidas”, quizás) o, en fin, correspondería haber eliminado lo relativo al “juramento del Test” (art. VI y nota 6º). Este último punto requiere una aclaración: al transliterar el manuscrito, Durnhöfer asienta “juramento de Jest” (art. VI) y “juramento de Yest” (nota 6º), pero del facsímil del texto surge que, correctamente, el traductor escribió “juramento de Test”. Este juramento de prueba, exigido por la legislación británica, como enseña la nota del traductor, exigía “negar y renunciar la primacía del Pontífice y el dogma de la transustanciación”, lo que implicaba, para un católico, la abjuración de su fe. El texto constitucional de 1787 no utiliza la fórmula “juramento de Test” sino dice que “no religious test shall ever be required as qualification to any office or public trust under United States”,esto es, jamás podrá exigirse profesión de fe religiosa para ningún empleo o cargo público en los Estados Unidos[21].

La traducción de textos políticos y constitucionales norteamericanos y franceses –en mayor medida los primeros- que, como vimos, en versiones originales estaban al alcance de la élite intelectual hispanoamericana de la época, tendrá un notable desarrollo a partir de los inicios del siglo XIX. En líneas generales, se ha enfocado el análisis en las traducciones destinadas a la “Tierra Firme” o “Costa Firme” (Colombia y Venezuela), pero puede señalarse otro centro difusor en el Río de la Plata, siendo la versión atribuida a Moreno el más importante documento con que contamos al respecto. Las traducciones pretendían crear un nuevo “sentido común” en los círculos esclarecidos hispanoamericanos, favorable a la ideología de la “emancipación”, filiada en la Ilustración y que se resume en el sapere aude! kantiano: atrévete a saber, al nuevo saber despojado de la tradición, al saber que es puro comienzo. Esta ideología, asociada indisolublemente al constitucionalismo, recubrirá el acto político de la independencia, cuya inspiración no venía necesaria y exclusivamente de aquélla, produciéndose así desajustes profundos que darán lugar a continuos enfrentamientos intestinos. La traducción fue, entonces, un instrumento eficaz al servicio de un difuso proyecto ideológico con el objetivo de orientar la acción política. Como dicen Bastin y Echeverri, no se limitaban “a ‘reproducir’ las ideas y conceptos, sino que más bien los ‘localizaban’ por medio de una estrategia de apropiación”[22].

Manuel Belgrano tradujo el “Discurso de despedida de Washington al pueblo de los Estado Unidos”, de 1796[23]. Esta traducción, “que en tiempos más tranquilos la había trabajado”, se quemó con sus papeles en Tacuarí, el 9 de marzo de 1811. La rehizo en 1813, terminándola en vísperas de la batalla de Salta. Belgrano justifica su obra “en el ardiente deseo que tengo de que mis conciudadanos se apoderen de las verdaderas ideas que deben abrigar, si aman a la Patria y si desean su prosperidad bajo bases sólidas y permanentes”. Esta intención de difundir las “verdaderas ideas que deben abrigar” sus compatriotas animó la traducción de Moreno, de cuya atribución no cabe duda, con los reparos que se expresan más abajo. La traducción de la constitución norteamericana era una forma de apropiación de la ideología de los nuevos tiempos. Pero no un proyecto concreto de constitución para un Congreso que tuvo lugar más tarde y bajo otras circunstancias, ya muerto el prócer y sin llegar a sancionar carta fundamental alguna. Dentro de esta tentativa de apropiación, se justifican las supresiones realizadas al texto de 1787, como acomodamiento del proyecto ideológico a las particulares condiciones de la sociedad virreinal y para un mejor ejercicio de esa pedagogía destinada a iluminar al pueblo en la “feliz revolución en las ideas”, enseñándole aquéllas que debe abrigar. Tiempo más tarde, al dar a conocer Moreno desde la Gaceta la publicación del “Contrato Social” de Juan Jacobo Rousseau, sea que lo haya traducido o no, cuestión ajena a este trabajo, justifica la supresión del capítulo sobre la religión civil en que “el autor tuvo la desgracia de delirar en materias religiosas”: otra “localización” y apropiación de un texto, en este caso el rousseauniano. Hay que comprender dentro de esta actitud de servirse de la traducción como instrumento al servicio de las propias convicciones, el error de quienes suponen que el verter una constitución federativa supone un Moreno partidario del federalismo. Como hemos visto, pensaba que la “soberanía indivisible o inalienable”, nacida de la voluntad general de un pueblo abstracto, había entronizado un poder central en el Fuerte, revestido de facultades excepcionales nacidos de la necesidad pública. El “gobierno federativo” para “las circunstancias y estado de nuestras provincias”, dice claramente en sus artículos “Sobre la Misión del Congreso”, sólo puede ser sostenido por quien “ignore el verdadero carácter de este gobierno” (que él conocía merced a su traducción) y quienes lo piden “sin discernimiento”, comprenderán, si llegaran a conocerlo, que resulta “inverificable”[24], adjetivo que repite al fina del artículo, agregándole el de “perjudicial”. Años más tarde, su hermano Manuel –como recuerda Norberto Piñero en el prólogo de la obra moreniana - al reeditar el artículo en “Escritos y Arengas”, interpola un párrafo laudatorio al federalismo, inexistente en la publicación original. Si hay un aspecto institucional en que la definición de Moreno fue tajantemente negativa, es el del rechazo a una articulación federativa.

Las traducción de la Constitución norteamericana que mayor difusión tuvo en Hispanoamérica fue la del caraqueño Manuel García de Sena. Publicada en 1811 en Filadelfia, figura como apéndice en “La Independencia de la Costa Firme justificada por Tomás Paine treinta años ha” donde se recopilan, con la misma intención de “apropiación” que vimos, textos del escritor inglés, especialmente de su panfleto “El Sentido Común”. Junto con la constitución norteamericana, en el apéndice se hallan la Declaración de la Independencia de los EE.UU., los Artículos de Confederación y Perpetua Unión y las constituciones de Massachussets, Connecticut, New Jersey. Pennsylvania y Virginia. La traducción de García de Sena tendrá largo influjo en nuestro medio. Por ejemplo, y especialmente a través de los Artículos de Confederación y Perpetua Unión, en la instrucciones de Artigas a los representantes de la Banda Oriental a la Asamblea del año XIII. Se sirvió de la traducción de García de Sena, también, el artiguista Felipe Santiago Cardozo para el proyecto de Constitución Federal de 1813, que no llegó a ser presentado ante la Asamblea Constituyente[26]. Una reedición que contenía la Declaración de Independencia y el texto constitucional vertido por el venezolano, realizada en Nueva York en 1848, fue la utilizada al parecer por Juan Bautista Alberdi y los constituyentes de 1853[27].

Poco antes de la traducción de García de Sena, en 1810, otro venezolano, José Manuel Villavicencio, este sí con la formación jurídica de que su compatriota carecía, también desde Filadelfia, elaboró una versión de la constitución norteamericana. En 1811, Manuel Pombo, desde Bogotá, produjo la suya.

Como intentaremos probar a continuación, la traducción de Mariano Moreno resulta anterior a las reseñadas.

Cuándo, cómo, quién y para qué

Retornemos a Belgrano y su traducción del “Farewell Adress” de George Washington. Nos va a dar muy interesantes precisiones sobre la tarea de traducir un texto del inglés, en Buenos Aires, allá en los comienzos del siglo XIX. El discurso llega a sus manos en 1805. “Ansioso de que las lecciones del héroe americano se propaguen entre nosotros –dice Belgrano en el prólogo a su obra- y se manden, si es posible, a la memoria por todos mis ciudadanos, habiendo recibido un pequeño librito que contiene su despedida, que ha hecho el honor de remitirme el ciudadano don David C. de Forest, me apresuré a emprender la traducción”[28]. El discurso de despedida, en los EE.UU. tiene una importancia comparable a la Declaración de la Independencia y a la misma Constitución de Filadelfia. Belgrano comenzó su traducción, como dice en el prólogo, “en tiempos más tranquilos”. Sabemos que, ya desde joven egresado de Salamanca, dominaba el italiano –que su padre le había enseñado- y el francés; en cuanto al inglés, para esa época no lo hablaba, pero lo comprendía[29]. Seguramente, continuó luego, ya en Buenos Aires, los estudios de este idioma. El texto de la Despedida tiene una extensión un poco menor que la Constitución de Filadelfia. Como recordamos más arriba, en 1811, en vísperas de Tacuarí, esta traducción, ya terminada, fue al fuego junto con otros documentos. Rehecha cuando estaba Belgrano al frente del Ejército del Norte, anota su autor “para ejecutarla con más prontitud me he valido del americano[30] doctor Redhead que se ha tomado la molestia de traducirla literalmente, y explicarme algunos conceptos”. Retengamos estas dos circunstancias: la traducción se había hecho primeramente en “tiempos tranquilos” y vuelto a efectuar con el auxilio de un anglófono que produjo, de modo previo, una versión literal.

Mariano Moreno, que como surge de otras traducciones dominaba el francés, también tenía conocimientos de inglés. Su hermano Manuel anota que en su viaje fatídico a Inglaterra “a pesar de la progresiva decadencia de su salud, se dedicó a traducir del idioma inglés la obra intitulada el “Joven Anacharsis”, que aun no se halla vertida al castellano”[31]. Evidentemente, Moreno trataba de mejorar su conocimiento del inglés, necesario para su misión diplomática, a través del ejercicio de la traducción.

Podemos suponer que el nivel de conocimiento del inglés de Moreno en 1811 era similar al de Belgrano a esa misma altura: lo leían, lo comprendían, pero muy probablemente no lo hablaban. Hasta ese momento, ninguno de ellos, aunque en contacto con personas de habla inglesa, había podido tener una inmersión en tierras donde se hablara esa lengua, ocasión inmejorable de perfeccionarla y avanzar en su dominio. Moreno murió camino a Inglaterra y Belgrano la conocería después, en misión diplomática. No es aventurado, pues, trasladar al caso de Moreno traductor las mismas circunstancias que rodearon al caso de Belgrano traductor. La primera de ellas, la necesidad, para emprender la tarea, de tiempos relativamente tranquilos. No parece que hayan sido tales, para Moreno, los posteriores al 25 de mayo. Norberto Piñero, en su introducción a los escritos morenianos señala: “la producción intelectual requiere tranquilidad, exige que la mente no se halle distraída o absorbida por otros asuntos y se resiente del estado de ánimo del productor. Nada menos propicio para la producción literaria o científica que las condiciones en que se encontraba nuestro autor”. Y agrega que, como escritor, en sus colaboraciones en la Gaceta, Moreno resultaba diserto, divagador, abundante en digresiones y muchas veces carente de método y medida. Todo ello porque trabajaba sus artículos en el fragor de una actividad política que lo desbordaba. Téngase en cuenta, por ejemplo, que a partir del 19 de julio de 1810 quedó dispensado de las tareas de gobierno hasta la entrega, el 30 de agosto, del “Plan de las Operaciones”[32]. Y luego publica varios artículos en la Gaceta, hasta llegar a la serie “Sobre la Misión del Congreso”. Y más tarde el decreto de supresión de honores. ¿Podemos suponer al famoso y atareado secretario, entretanto, haciéndose aquí y allá un huequito para avanzar en su traducción de la Constitución de Filadelfia? Creo que la respuesta negativa se impone. En consecuencia, hay que plantearse que la traducción haya sido realizada antes del 25 de mayo y, muy probablemente, en algún momento de relativa tranquilidad antes de 1810. La pista surge del sólido papel de hilo de actuación ante la Real Audiencia, con sus sello “1808 y 1809”. El impuesto al papel sellado había sido establecido por Real Cédula de 1638: todos los documentos generados en los reinos y provincias de las Indias –contratos, escrituras, autos y escritos judiciales, etc.- debían llevarlo. Tenía validez por dos años. Cuando no se lo utilizaba durante el bienio, se autorizaba su resello. Resulta difícil pensar que Mariano Moreno, un abogado en ejercicio, no hubiera hecho resellar su papel sellado 1808/1809, no bien comenzado el año 1810. Por lo tanto, la traducción debió, probablemente, realizarse durante el bienio de validez del sellado. Por las razones que más abajo apunto, me inclino a suponer que durante el segundo semestre de 1808.

Vayamos ahora a la otra circunstancia que aparece en el caso belgraniano: la ayuda de un anglófono. Y aquí debemos introducir otro personaje: Alexander Mackinnon. Un mercader británico, de origen escocés, radicado primero en Montevideo y que en 1808 se encontraba en Buenos Aires. Presidió el Committee of the British Merchants of Buenos Aires y tuvo una activa participación en el juego de presiones sobre Cisneros para la apertura del libre comercio para los productos ingleses, el 6 de noviembre de 1809, así como forjó luego una sólida vinculación con la Junta Provisional Gubernativa luego del 25 de mayo, hasta el punto que ésta le expresó oficialmente, el 21 de junio de 1810, su “reconocimiento y gratitud”[33]. Como los comerciantes de su tiempo con gran habilidad para conquistar nuevos mercados, como vimos en el caso de Curtis de Forest, Mackinnon, además de un buen informante acerca de la situación para su gobierno, era un hombre culto, aficionado a las letras y a las ciencias, imbuido de los autores de la Ilustración, y que con esta llave penetró en la élite intelectual y política de Buenos Aires. “Todo un gentleman”, lo define Carlos Alberto Pueyrredón[34]. Mariano Moreno fue su abogado y su amigo. La estrecha amistad entre ambos surge de las cartas que la esposa de Moreno, María Guadalupe Cuenca, envió a su marido cuando éste, en viaje, ya había fallecido. Allí se habla de las visitas del “inglés don Alejandro”, de “don Alejandro, el inglés viejo que te visitaba” e incluso se propone que, para que la correspondencia no fuera interceptada por sus enemigos locales, se mandara a nombre de Mackinnon, lo que da idea de la confianza entre ambos[35]. Otro comerciante inglés, radicado en Santiago de Chile, pero que viajaba frecuentemente a Buenos Aires, Bartolomé Vigors Richards, escribirá al marqués de Wellesley en 1812: “la Constitución Americana ha sido traducida por Mr. MacKinnon, un comerciante inglés muy estimado por la Junta de Buenos Aires”[36].

Reunamos ahora nuestros datos. Podemos suponer, con buena base, que Mackinnon suministró a Moreno el texto de la Constitución de Filadelfia y, más aún, una versión literal de ella, sobre la que trabajó Moreno, provisto de sus conocimientos jurídicos, para la “apropiación” que conocemos. Es posible que Mackinnon haya suministrado la información contenida en las notas explicativas de Moreno. Tiene más andamiento esta hipótesis que figurarse que dos personas que están entre ellas en estrecho contacto, en una pequeña ciudad de sesenta mil habitantes donde todo el mundo cultivado se conoce y interrelaciona, emprendan cada uno por su lado la tarea de traducción. Una copia de este trabajo debe haber quedado en poder de Mackinnon, y es al que se refiere Vigors Richards en su carta.

¿Quiénes fueron los primeros destinatarios de esta traducción? Esto es, sobre quiénes pudo repercutir primero el trabajo en colaboración de Moreno y Mackinnon. Descubrirlo nos puede ilustrar sobre el momento en que se realizó. Los trabajos de Enrique de Gandía y de Enrique Williams Álzaga han demostrado, hace tiempo, que hacia 1808 existía un partido al que sus enemigos acusaban de querer promover la república y la independencia, encabezado por Martín de Álzaga. Así lo atestigua, entre otros documentos de la época, la Memoria dirigida a la princesa Carlota Joaquina de Borbón el 20 de septiembre de1808, firmada por Belgrano, Castelli, Beruti, Vieytes y Nicolás Rodríguez Peña[37]. Un informe elevado por un grupo de jefes militares, encabezados por Cornelio Saavedra, informan sobre la asonada del 1º de enero de 1809, cuando Martín de Álzaga llegó a obtener la renuncia del virrey Liniers, pero la intentona fue finalmente frustrada por la intervención de los jefes militares firmantes. Allí se afirma que el plan de los revoltosos “era establecer un gobierno popular o juntas, separar del mando al virrey y constituir un Congreso o Senado, compuesto por los cabildantes de Buenos Aires y los diputados de cada Cabildo de las capitales de provincia”[38]. Se sabe que Mariano Moreno estuvo del lado de los facciosos y que, de haberse constituido aquella junta, habría sido su secretario. En el “Proceso por Independencia” que se siguió a Álzaga y sus seguidores, se atribuye a uno de ellos, Felipe de Sentenach propósitos de independencia “descubriendo nuevas especies relativas a la felicidad que gozaban los habitantes de las Provincias Unidas de la América Septentrional”[39]. En un memorial a la Junta Central de Sevilla, Liniers acota que la intención de los sublevados fue obtener “la independencia de que goza la Pensilvania”[40]. Pedro Vicente Cañete (una especie de bête noire para Moreno) en 1810, desde el Alto Perú, en un dictamen dirigido a Cisneros para evitar la caída, anota: “ya se ha dejado presentir que la independencia es el proyecto favorito de los dechados de Filadelfia”[41]. En fin, los oidores expulsados por la Junta, desde Las Palmas, informaban sobre “el anhelo con que se busca y estudia la constitución de los Estados Unidos”[42]. En síntesis, se imputó a los sublevados del 1º de enero de 1809 querer reunir un Congreso o Senado para establecer un gobierno independiente, republicano, conforme la organización institucional norteamericana (mientras el grueso de quienes asumirían el mando en el año X procuraban a Carlota Joaquina como monarca, bajo una forma constitucional quizás similar a la británica). Las acusaciones de sus enemigos, por lo menos, señalaban la constitución de Filadelfia como modelo de estos facciosos. ¿Cuál podría haber sido para estos últimos la fuente de conocimiento de la carta norteamericana? La respuesta está a la mano: Mariano Moreno, vinculado muy de cerca de Martín de Álzaga por aquel tiempo. Ello refirma la hipótesis de que la traducción de Moreno y Mackinnon estaba lista, cuando más, a fines de 1808, y que Álzaga pudo bien tener conocimiento de ella, como propuesta para organizar el nuevo gobierno, en caso de triunfar la conspiración. Más tarde, en el año X, Moreno pudo considerarla como un instrumento de trabajo para el Congreso venidero. Y, muerto Moreno, Mackinnon, su coautor, pudo también hacer circular su propia copia en los preparativos de la Asamblea constituyente del XIII. También se contaba por entonces con la de García de Sena y, sobre todo, había surgido un instrumento hispánico de valía: la Constitución de Cádiz, expresión, como anota Corsi Otálora, “de un original liberalismo hispánico, de mentalidad diferente al anglosajón”[43] que, entre nosotros, será interpretado desde Buenos Aires como consolidable en unidad de régimen, abriendo con ello, ante la rebelión de “los pueblos”, una guerra civil.

El Bicentenario debe ser el disparador de una revisión profunda de las interpretaciones hasta ahora receptas sobre los sucesos del año X, cuyas repercusiones llegan hasta nuestros días. Este artículo pretende ser un aporte a ese imprescindible debate.-



[1] ) “Mariano Moreno Inédito –sus manuscritos-“ estudio preliminar de Enrique Williams Álzaga, ed. Plus Ultra, Bs. As., l972
[2] ) “En “Dias de Mayo - Actas del Cabildo de Buenos Aires”, La Plata , 1909
[3] ) Op. cit. n1, p. 73
[4] ) En “Constitucionalismo Argentino 1810-1850”, Iushistoria, Revista Electrónica, nº 2, octubre de 2005, Universidad del Salvador
[5] ) En “Sobre la Misión del Congreso ”, “La Gaceta”, en Mariano Moreno, “Escritos Políticos y Económicos”, textos ordenados por Norberto Piñero., La Cultura Argentina, OCESA, Buenos Aires, 1961.
[6] ) Op. cit., n. 4
[7] ) “La Época Colonial”, Siglo XX editores, México, 1981, p. 317
[8] ) El aforismo “el parlamento británico lo puede todo, menos convertir al hombre en mujer” fue popularizado por la obra de Delolme.
[9] ) Hamilton lo cita en “El Federalista”, LXX, a propósito de la unipersonalidad del Ejecutivo, llamándolo “profundo, sólido y talentoso”.
[10] ) Ibídem n.5
[11] ) Un recomendable estudio de estos aspectos en “Lenguaje y Revolución-conceptos políticos clave en Río de la Plata 1780-1850”, Noemí Goldman (editora), Prometeo Libros, Bs. As-., 2008
[12] ) Ibídem n. 5
[13] ) En virtud de estas facultades de excepción se dejarán de lado los resguardos constitucionales con que el Cabildo, a nombre del pueblo, en la segunda acta del 25 de mayo, enmarca reglamentariamente a la Junta, en especial (cláusula séptima) la exclusión del ejercicio del “poder judiciario”. El reglamento que la propia Junta se da el 28 de mayo establece cómo se ejercerá la autoridad con alcance virreinal que el nuevo gobierno se atribuye, con lo cual se abroga implícitamente la facultad del Cabildo de fiscalizar y hasta deponer a la Junta (cláusula quinta del Reglamento del 25), pero no le otorga aún facultades judiciales. Enfrentada con la Real Audiencia, que ha acatado secretamente al Consejo de Regencia, la Junta, en junio de 1810, embarca en una balandra inglesa, hacia las Canarias, a los oidores y al ex virrey Cisneros. El 22 de junio designa a los nuevos oidores. El 28 de junio, con la firma de todos sus miembros, menos Alberti, por su condición sacerdotal, emite la condena a muerte de Santiago de Liniers y otros seis cabecillas, para ser ejecutada al arcabuz, sin ningún tipo de juicio, cuando fuesen “pillados, sean cuales fueren las circunstancias”. Aquí jugaba, según el consejo de la “teoría de las revoluciones”, “la necesidad absoluta como único medio para la consecución” de la obra emprendida, de acuerdo con los términos del “Plan de Operaciones” que poco más tarde Moreno habría de redactar y la Junta de aprobar.
[14] ) En Carlos A. Segreti, “El Unitarismo Argentino” A-Z editora, Buenos Aires, 1993, p. 12/13.
[15] ) Los entrecomillados están tomados del “Plan de las Operaciones...” encomendado a Mariano Moreno por la Junta. Op. cit. n.5, , p. 272 y 273.
[16] ) “Sobre la Misión del Congreso”, op. cit. n. 5 p. 238
[17] ) Op. cit. p. 250
[18] ) Op. cit. p. 246
[19] ) Moreno se había manifestado contrario a la esclavitud en un pasaje de la “Representación de los Hacendados...”, firmada por José de la Rosa. En el “Plan de Operaciones”, se proyecta la liberación de los esclavos de las provincias imperiales de Río Grande, para obtener su sublevación. Manifestaciones públicas sobre la supresión de la esclavitud se habían producido en el Virreinato. Así, el Cabildo de Buenos Aires, el 1º de noviembre de 1806, en las instrucciones que da a Juan Martín de Pueyrredón para informar a la Corona sobre la reconquista de la ciudad, se enuncia “como el principal objeto que debemos tener , es ver el modo de desterrar la esclavitud de nuestro suelo” (Diego Luis Molinari, “La Trata de Negros en el Río de la Plata” Universidad e Buenos Aires, Bs. As., 1944, p. 99). Para dar una idea del tráfico negrero en el continente, en el período 1701-1810 ingresaron en las posesiones americanas de Portugal 1.891.000 esclavos; en las británicas 1.749.000 y en las españolas 578.600. Tomando la totalidad del período 1492-1870, se calculan en 700.000 los esclavos introducidos en Cuba y en 100.00 los entrados en el territorio del Virreinato del Río de la Plata (ver José Andrés Gallego, “La Esclavitud en la América Española”, ediciones Encuentro, Madrid, 2005, p. 19
[20] ) Gustavo R. Velasco en “El Federalista”, FCE, México 1998, p. 387.
[21] ) Esta prohibición en el orden federal no impidió que algún estado, como Massachussets, dominado por los congregacionalistas protestantes, mantuviera vigente el “religious test”. Al sancionarse en 1868 la 14ª enmienda constitucional, se extendió a todos los estados la prohibición constitucional.
[22] ) Georges Bastin y Álvaro Echeverri, “Tradution et Révolution à l’époque de l’Indépendence Hispano-Américaine”, Journal des Traducteurs, vol 49, nº 3, 2004, p. 573, en http://id.erudit.org/iderudit/009379ar
[23] ) Ver “La traducción de Washington hecha por Belgrano”, Rosendo Fraga, “La Prensa”, 22 de agosto de 1993, 3ª sección, p. 3
[24] ) Op. cit. n. 5, p. 262

[26] ) Ver Emilio Ravignani, “Asambleas Constituyentes Argentinas”, Instituto de Investigaciones Históricas de la Facultad de Filosofía y Letras, Bs. As. 1937/39, tº 6, 2, p. 633 y sgs.
[27] ) Carlos Aldao, “Errores de la Constitución Nacional”, Buenos Aires, 1928, p. 242 y sgs-, gran crítico de la traducción de García de Sena, a la que llama “galimatías indescifrable”, encontró un ejemplar de estar reedición en el Museo Mitre.
[28] ) Ver nota 23. David Curtis de Forest fue un comerciante norteamericano vinculado a la élite intelectual porteña, por la afinidad de lecturas, habiendo donado a la Biblioteca Pública que creara la Junta importantes obras de Voltaire, Rousseau, el abate Raynal, etc. Con sus contactos e influencias, realizó importantes negocios con Liniers, primero, y luego con Juan Larrea. Fue cónsul honorario de los EE.UU. ante las Provincias Unidas y le fue discernida la ciudadanía argentina.
[29] ) Ver Juan Carlos Zuretti, “Belgrano y la Cultura”, Revista Historia, Colección Mayo, III, Bs. As., 1960, p. 43
[30] ) Según otras fuentes, Redhead era escocés. Lo cierto es que había estudiado medicina en la Universidad de Edimburgo. Acompañó a Belgrano hasta sus últimos momentos, y éste, según es sabido, le obsequió el reloj de bolsillo de oro y esmalte que, a su turno, había recibido de Jorge III de Inglaterra en 1815, cuando la misión diplomática con Bernardino Rivadavia. El reloj, custodiado en el Museo Histórico Nacional, fue luego robado y continúa desaparecido. Anotemos, de paso, que la traducción de Belgrano del discurso de despedida de Washington fue la primera en castellano y ha sido destacada por su calidad.
[31] ) Manuel Moreno, “Memorias de Mariano Moreno”, Carlos Pérez editor, 1968, p. 213. La obra se titula “Los Viajes del Joven Anacarsis en Grecia”, escrita en francés por el abate Jean Jacques Barthélemy en 1788. Describe un viaje por la Grecia de Pericles y pertenece a un estadio de la Ilustración con aires neoclásicos y retorno erudito a la Antigüedad, mediante el cual se dibujaban y criticaban situaciones contemporáneas. El viaje, por otra parte, permitía mostrar la pluralidad y relatividad de ideas y costumbres. Podría decirse que el viaje de Anacarsis completaba otro viaje, en este caso por Oriente, descripto por Volney en “Las Ruinas de Palmira”,traducido por Moreno, lo cual da una idea de la coherencia ideológica de nuestro prócer. Una edición inglesa del viaje de Anacarsis fue editada en 1791 y, probablemente, era de la que se sirvió Moreno. En español se conocen dos versiones diferentes, una de 1811 en Madrid y otra de 1813, editada en Palma de Mallorca.
[32] ) Op. cit. n. 5, p. 267/68
[33] ) Ver Núcleo Argentino de Estudios Históricos, “Alejandro Mackinnon y la Junta de Mayo”, Bs. As., 1942, p. 9
[34] ) En “1810 La Revolución de Mayo según amplia documentación de la época”, Peuser, Buenos Aires, 1953, p. 311
[35] ) Enrique Williams Álzaga, “Cartas que Nunca Llegaron”, Emecé, Bs. As., 1967, p. 49/51, 69, 81/83
[36] ) Op. cit. n. 33, p. 10.
[37] ) “Desde la ocupación de Buenos Aires por las fuerzas británicas, no se ha cesado de promover partidos para constituirse en gobierno republicano, so color de ventajas”. Ver Ariosto Fernández, “Manuel Belgrano y la Princesa Carlota Joaquina, 1808”, Revista Historia, nª 3, Bs. As. 1956, p. 85.
[38] ) Documento conservado en el Museo Saavedra, cit por Enrique Williams Álzaga , op. cit. n. 1, p. XXX/XXX.
[39]) Op. cit. n. 1, p. XLVII/XLVIII
[40] ) Ibídem n. anterior
[41] ) Ibídem n. anterior
[42] ) Op. cit. n. anterior, p. XLIX
[43] ) Luis Corsi Otálora, “Los Realistas Criollos –Por Dios, la Patria y el Rey”, Ed. Nueva Hispanidad, Bs. As., 2007, p. 107.
[i] ) Doctor en Ciencias Jurídicas. Profesor Titular con Dedicación Especial