Lo que trato de
distinguir y separar son tres conceptos que muchas veces aparecen mezclados, o
hasta considerados sinónimos, a saber: autogobierno o gobierno propio, en
primer lugar; en segundo lugar, independencia y, en tercer lugar,
emancipación. Estas confusiones tienen
asidero en la circunstancia que los argentinos celebramos, con igual pompa, el
25 de mayo de 1810 y el 9 de julio de 1816, esto es, el primer gobierno patrio,
por un lado, y por otro la declaración de independencia “del rey Fernando VII,
sus sucesores y metrópoli” –con el agregado posterior, sugerido por el diputado
Medrano en la sesión secreta del Congreso del 19 de julio, “y de toda otra
dominación extranjera”-por parte de las “Provincias Unidas de Sudamérica”. La cuestión se complica aún más si agregamos la declaración de independencia de 1815 formulada en el
Congreso de Oriente, ocurrido en el Arroyo de la China, Concepción del Uruguay (también
en Paysandú), en junio de 1815, por los representantes de la Banda Oriental,
Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe y Córdoba, bajo la inspiración del Protector
de los Pueblos Libres, don José Gervasio de Artigas, de la que no ha quedado
acta alguna, con lo que llegaríamos a dos declaraciones de independencia. En
fin, tenemos también la idea de “emancipación”, que tiene su formulación más
ilustre en Bartolomé Mitre: “Historia de Belgrano y de la Independencia
Argentina, “Historia de San Martín y de la Emancipación Sudamericana”. ¿Son
equivalentes estas tres expresiones:
“gobierno propio”; “independencia”, “emancipación”?
El
darnos un gobierno propio, esto es, elegir por los propios gobernados la
autoridad que reemplazaría a la del virrey, rompiendo la lógica de los
antecedentes, que exigían la designación por la metrópoli, pero ante una
situación excepcional, que producía la caducidad de ese mandato, la vacancia de
los órganos de la metrópoli y la consiguiente reasunción por parte de los
“pueblos”, esto es, de la “parte sana del vecindario”, con casa poblada y
obligado al tributo y a la defensa, de cada una de las ciudades –la fundación
española en América había tenido como núcleo político institucional las
ciudades y sus cabildos- del básico derecho político de tener un gobierno, no
conlleva la independencia política. No se había conformado una nueva unidad
política soberana que reemplazase a la anterior, sino que dentro de aquella
unidad política originaria se había establecido, por la situación
extraordinaria, en nombre la suprema lex
de la salus publica, según la mente
romana, un nuevo gobierno en forma desligada de la metrópoli vacante, disuelta
la Junta Central de Sevilla de la que emanaba el nombramiento de Cisneros.
Desde luego que paso por alto circunstancias y peripecias, como que este
movimiento del año X, entre nosotros, fue producto de una alcaldada porteña,
que tuvo por sede un cabildo abierto reunido en congreso general que ya tenía un antecedente en el Cabildo
abierto del 14 de agosto de 1806 y la Junta de Vecinos convocada por el Cabildo
el 10 de febrero de 1807, donde se depuso a un virrey, Sobremonte, del mando
militar y político, algo sin precedentes hasta ese momento en la América
española. Paso por alto también que esta porteñada contenía elementos
predisponentes a la concentración y homogeneización del poder político sobre el
territorio virreinal en Buenos Aires, lo que daría lugar a asimetrías con el
interior, de base estructural, que todavía no hemos logrado satisfactoriamente
resolver. Paso por alto si el solemne juramento prestado de rodillas sobre los
Evangelios de los miembros de la Primera o Segunda Junta (como se quiera) cada
uno, a partir de Saavedra, colocando la mano sobre el hombro del otro, “de conservar
íntegramente esta parte de América a nuestro augusto soberano el señor don
Fernando VII y a sus legítimos sucesores” contenía en todos o algunos una
reserva mental: si hubo o no “máscara” y se “fernandeó”, o si fue sincero,
porque hay que hacer aquí un juicio político y no moral, respecto de un grupo de hombres que actuaba al compàs de los acontecimientos, reactivamente. Destaquemos que Fernando, mientras tanto,
reposaba en el castillo de Valençay, escuchando la guitarra española,
consolándose con la ex señora de Talleyrand, que éste le ponía gustosamente a
disposición y haciendo calceta y bordado, además de dar su enhorabuena a
Napoleón por haberlo sucedido con el rey José e intentar, incluso, emparentarse
con la familia Bonaparte. Hasta aquí
tenemos gobierno propio sin acompañarlo de independencia. El 25 de mayo de 1836
don Juan Manuel de Rosas en su discurso ante el cuerpo diplomático manifestó
que fue el primer acto de soberanía popular, no para sublevarse, sino para
suplir la falta de autoridades, caducadas de hecho y de derecho, en situación
de acefalía; hasta que, ante la ingratitud del rey repuesto que nos hizo la
guerra, nos declaramos independientes. Julio Irazusta decía que esa
interpretación era la única que nos salvaba de una suerte de tacha de perfidia
colectiva (hoy vuelve). “Jamás el Estado argentino se pensó a sí mismo por el
órgano de uno de sus magistrados supremos, con más nobleza y racionalidad”.
Vamos
ahora a “independencia”. La independencia política, que supone la proclamación
de una nueva unidad política soberana, que se declara tal y ha elegido su
órgano de gobierno, es una constante en la historia, no reservada
exclusivamente a la era contemporánea, especialmente desde que, a partir del la
Revolución Francesa, el concepto de “nación” , hasta entonces referido al lugar
de nacimiento, toma una central dimensión política: independencia nacional;
independencia de un Estado nacional soberano. (Antes había ocurrido en poleis y en reinos). Tenemos el 4 de
julio de 1776 la independencia de los EE.UU. Y el 1º de enero de 1804 la de
Haití, ambas con una formulación republicana (presidente vitalicio, luego
emperador, luego asesinado, Jean-Jacques Dessalines). El 14 de mayo de 1811, el
Paraguay de Rodríguez de Francia se proclamó independiente de España y de
Buenos Aires. Junta de Gobierno, Cónsul, dictador a la romana, Supremo
Dictador Perpetuo del Paraguay. El 5 de
julio de 1811 se definió a Venezuela como “república federal”. También se
estableció en ese tiempo una república en Nueva Granada (Cundinamarca). Ambas
serían de corta existencia. Entre nosotros, como es sabido, hacia 1808 existía
un partido al que sus enemigos acusaban de querer promover la independencia,
encabezado por Martín de Álzaga. Recordemos también a Artigas y las
instrucciones a los diputados orientales para la Asamblea del año XIII:
“deberán pedir la declaración de la independencia absoluta de estas colonias”.
Nuestra
declaración de independencia , en medio de una caótica situación interna y de
un sombrío panorama externo, sin lograr ser acompañada de una formulación de la
forma de gobierno, fue también en una situación de necesidad y urgencia,
después de que el Congreso eligiera a Pueyrredón
como Director Supremo, lo que exigía una decisión oficial que declarase a las
Provincias Unidas una sola y única nación independiente (la declaración parcial
a instigación de Artigas, no cubría ese
aspecto, no hay acta ni autoridad nacional; no hay que contraponerlas). De ese
modo, la hasta entonces guerra civil pasaba a ser una guerra exterior, y
comenzaba la carrera hacia el reconocimiento y el tramado de difíciles aunque
necesarias alianzas y protectorados.
Por
último, la “emancipación”. Mientras que el autogobierno y la independencia son
actos políticos, la “emancipación”, filiada en la Luces, en Kant, es ideología.
Una ruptura inteklectual que tiene, a mi juicio, como antecedente la “Carta a
los españoles americanos” del jesuita arequipeño Viscardo y Guzmán. Con fuentes
en Montesquieu, Rousseau y Raynal, que establece una divisoria de aguas entre
las fuentes propiamente hispánicas y las tomadas del mundo ideológico francés
y, posteriormente, anglosajón. La ideología de la emancipación de la nación fue
la primera de las grandes ideologías políticas, que funcionaron como religiones
de la política, para representar y guiar la consciencia colectiva. La ideología
de la emancipación acompañará nuestra independencia política, manifestándose en
las corrientes liberales, primero, luego extrapolándose el concepto de
emancipación a otros sujetos colectivos, como la clase o, en nuestro tiempo, a la autorrealización
individual, superación de los soportes naturales, de base biológica, como la
diferenciación sexual, etc. La tensión
entre “independencia” y “emancipación” es un hilo rojo que recorre nuestra
historia.-